viernes, 23 de diciembre de 2011

MÁS ALLA DEL OLVIDO


Centro de Estudios Astorganos. Astorga, 2007. 265 pp.


Más allá del olvido

Andrés Martínez Oria

He aquí -conviene dejarlo bien sentado desde el principio- una excelente muestra de literatura narrativa. Sería una lástima que el hecho de aparecer al margen de los grandes circuitos editoriales dificultara su difusión, porque Más allá del olvido se alza muy por encima de lo que, con premios o sin ellos, se acumula semana tras semana en los mostradores de novedades. Un espacio rural -la Maragatería leonesa- y una leve historia de extremada dureza -la vuelta de Egriseldo a su tierra tras purgar con ocho años de cárcel el asesinato de Antidio en 1972- le bastan al autor para componer una novela de insólita intensidad. Es preciso advertir que no se trata de una historia rural más, sino de un largo discurso evocador, fragmentado en secuencias, que reconstruye existencias paupérrimas y mortecinas, paisajes desolados y, a la vez, de rara belleza, impulsos primitivos refrenados, turbios horizontes vitales de una tierra hostil que parece condenada a la soledad y el abandono: “Cualquier destino era bueno con tal de huir de un secarral donde sólo medraban los cardos, los pajarracos y el pedregullo. Y las malas intenciones. Y los remordimientos” (p. 80). El recuerdo va y viene, se despega de la cronología estricta, cae en detalles o siembra el texto de alusiones premonitorias que anticipan la tragedia. La mirada vivifica las cosas, las humaniza mediante símiles e imágenes antropomórficas: “Había dejado de llover. Bajaba […] una masa densa de niebla que se abatía a traición sobre el brezal, se enredaba en las copas de los árboles, sumergía el valle en un sudor acuoso […] las hojas volvían a gotear un rocío árido en los charcos y en el herbazal, las casas desaparecían engullidas por la bruma” (p. 93). O bien: “El viento de noviembre y los árboles embalsamados en hielo […] no podían presagiar nada bueno” (p. 45). En el discurso del narrador omnisciente se introducen a veces, sin marca alguna, fragmentos de relato en segunda persona, retazos de conversaciones evocadas o imaginadas, perspectivas que rompen la unidad del punto de vista, desdoblan la conciencia y multiplican las voces.

Martínez Oria (Salamanca, 1950) utiliza con maestría los recursos de una prosa narrativa que, aunque parezcan ignorarlo muchos escritores, no puede ser la misma tras los monólogos de Joyce, Faulkner y Rulfo o las informaciones elusivas de Robbe-Grillet. En la línea de obras tan singulares como La fatiga del sol, de Luciano G. Egido, o Espejos de humo, de Moisés Pascual Pozas, Más allá del olvido, con su mostración de un ámbito sobre el que se proyecta la presencia de la muerte -las “sombras” de los fallecidos que parecen señalar a Egriseldo su inexorable destino perecedero-, es un ejemplo de cómo la literatura puede crear un mundo autónomo merced a la intensificación plástica y enriquecedora de cada detalle, desde los elementos seleccionados del paisaje hasta los olores de un lugar, las sensaciones térmicas o la reacción de un sujeto ante una mala noticia: “Le nació un hongo dentro, un ahogo de fuego en el extremo de las venas ramificadas, le corrió veneno por la sangre, hasta el centro del pecho, y le inundó el cerebro de telarañas” (p. 153). Este cuadro sombrío de unas vidas primitivas, marcadas por la pobreza y la soledad, es sin duda el resultado de una meditada elaboración, de una atención rigurosa al habla viva (pp. 207-211) y especialmente al léxico rural -que se despliega por estas páginas con tanta precisión como riqueza, a veces sobrepasada por el puro placer de nombrar (p. 65)-, donde acaso disuenan tan sólo pequeños detalles, como los pocos años de condena de Egriseldo, insuficientes para hallar tan cambiado su lugar de origen, o los recuerdos literarios del personaje -desde la Biblia (p. 129) o Ausonio (p. 135) hasta Juan Ramón Jiménez (pp. 235, 240)-, nacidos de sus lejanas lecturas en el desván.

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